Juego de reinas by Pablo Núñez

Juego de reinas by Pablo Núñez

autor:Pablo Núñez [Núñez, Pablo]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela Histórica
ISBN: 9788435063074
editor: Editora y Distribuidora Hispano Americana
publicado: 2017-05-23T03:00:00+00:00


COSTA ESTE DE ERIN

L

as primeras naves se hicieron a la mar sin esperar al amanecer. Wen optó por ser prudente y no embarcarse en el mismo barco que el rey, pero sí saltó sobre la cubierta del siguiente barco al cortar los cabos. Los marineros no se lo pensaron. En otras circunstancias hubiesen deshecho los nudos de amarre. Esta vez, sin embargo, las expectativas de regresar eran mínimas, y optaron por el hachazo a las cuerdas. De paso, lanzaban su particular mensaje a la muerte: si quería llevárselos a los fondos del averno, ningún guerrero de Erin se escondería.

A la Dama Blanca, cuya identidad permanecía aún intacta, le convenía seguir pasando inadvertida; si exceptuaba a la tal Eileen, desde luego. Se sentó justo por delante de los remeros. No bogaban. El viento era el idóneo para navegar a vela, y aun así permanecían en su puesto por si tenían que pasar a la acción. Aprovechaban la calma para preparar en silencio las armas. Algunos afilaban falcatas y puñales con piedras de canto rodado. Otros preparaban flechas, encajando las plumas de vuelo en los astiles, a los que primero tallaban cortes con un cuchillo. Una vez preparadas, las arrojaban al pasillo central de cubierta, por el que resultaba imposible caminar. Elvia estaba impresionada. Algunas mujeres rellenaban los carcajes o colocaban las flechas concienzudamente en una especie de cestos, que luego agarraban entre dos. Cientos, miles de flechas. Marinos, comerciantes o simples gentes del campo. Ahora todos eran soldados del rey de Erin. Mirase hacia donde mirase, la pelirroja veía barcazas atestadas de guerreros y caballos. Los mozos se esforzaban por sujetar a las monturas y bestias de carga, intentando sin mucho éxito que permaneciesen tranquilas a pesar del balanceo.

En las bancadas de remos se intercalaban hombres y mujeres, como era habitual a las puertas de una batalla. En primera línea, dos pares de guerreros de una corpulencia extraordinaria observaban a la desconocida. Le hacían gestos inequívocos. A nadie le vendría mal un revolcón antes de la pelea, por si era su última oportunidad. Wen se cubrió los cabellos cobrizos con la capucha y miró a otro lado. Bajo los rayos de la luna y la luz de miles de antorchas, observó el veloz avance de la flota. Entonces lo vio. En pie y con las piernas separadas, con una orgullosa mirada al frente, retando a un enemigo que ni siquiera sabía que ya había partido a cazarlo. Ambicioso, abrazado por el costado izquierdo al lobo insignia de su barco y dejando la mano derecha libre para agarrar su espada. Como si esperase saltar por la borda en aquel mismo instante para lanzarse sobre Irvyn El Blanco. Angus Hal tenía sus propios motivos, perseguía su propia venganza. Demasiadas cuentas en su pasado como para fiarse de él. Wen no iba a cometer errores. Ni se fiaba de Hal, aunque sabía que lo tenía comiendo en su mano, ni se fiaba del druida o de su joven caudillo. «¿Dónde andarán Roble Gris y Kendrah de Brú na Bóinne?», se preguntó.



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